JARDÍN HISTÓRICO BOTÁNICO
Finca que perteneció a Marcelino Sanz de Sautuola, descubridor de las pinturas de la Cueva de Altamira.
Árboles centenarios de todos los continentes crecen de forma natural.
La finca fue declarada Bien de Interés Cultural, con la categoría de Jardín Histórico en 1986.
María, la hija de este ilustre cántabro, aquélla que acompañó a su padre a la gruta de Altamira y le dijo que había bueyes en el techo, contrajo matrimonio con Emilio Botín y López. Ambos se preocuparon por ampliar, cuidar y legar a sus hijos y nietos, el jardín creado por Marcelino Sanz de Sautuola.
La actual casa fue mandada construir en 1900 por Emilio Botín López y María Sanz de Sautuola en el mismo lugar que ocupaba la anterior residencia. En 1910, el arquitecto Javier González de Riancho, elaboró el plano de la portalada por encargo de Emilio Botín y López y su esposa.
El Jardín al que llaman “de Winthuysen”, se debe a este pintor y paisajista sevillano quien lo proyectó en los años 50. En él encontramos un monumento con medallón dedicado a Víctor de la Serna Espina, el cual propuso al entonces propietario la creación de este jardín y el acondicionamiento de la casa solariega-capilla en la que residía cuando era invitado a la finca. También encontraremos un monumento erigido por Emilio Botín Sanz de Sautuola en memoria de su madre y abuelo, descubridores de las Cuevas de Altamira. La escultura es obra de Agustín de la Herrán.
El jardín contiene una gran masa de árboles ordenados, entre sus especímenes asombran los extranjeros, como la metasequoia, de origen chino, la espléndida criptomeria japónica, las sequoias americanas con perímetro de 5’40 m, los castaños de indias, los cedros del Líbano con 30m. altura, el tejo irlandés, un eucalipto plantado en 1867. Destacan los autóctonos y los del territorio nacional, tales como los plátanos, las encinas, las magnolias con la magnolia grandiflora considerada la mayor de Europa, y los pinsapos o abetos, entre otros muchos.
Además, el jardín contiene una serie de elementos decorativos, como por ejemplo, esculturas, puentecillos, o un impluvium, que junto con los senderos por los que transcurre el visitante, hacen del lugar un disfrute para los sentidos y un reposo para el espíritu.